miércoles, 16 de abril de 2008

Le Corbusier y el Poema Electrónico

Cuando terminé de colgar el auricular del teléfono para fijar mi entrevista con Le Corbusier, a mediados de 1958, presentí que nuestro encuentro sería áspero por el límite de tiempo que me otorgó. Presentimiento que se disipó cuando de entrada, al estrecharnos las manos, se hizo responsable de esa aspereza y de ese intervalo accidental que no contaba otorgar a nadie.

Le explico que me interesa sobremanera hacer una nota sobre su personalidad para el diario La Nación. Al oír esto me interrumpe asombrado: Usted debe de ser muy joven, pues todavía cree en los diarios.

Me guía por su casa-atelier, se detiene ante sus pinturas y sus esculturas policromadas (que a mi juicio no guardan la proporción con sus realizaciones arquitectónicas), y me subraya con vehemencia que en el fondo él se siente escultor.

Le menciono, en el transcurso de la charla, la primera y brillante concepción llevada a cabo al crear el objeto estético de uso, la escultura habitable: la iglesia de Ronchamps, y su extraordinario poema electrónico, el pabellón Phillips en la Exposición Universal de Bruselas. L’Architecture c’est une tornure d’esprit et non pas un métier, me dice, mientras me va mostrando una impresionante pila de fotos de sus trabajos, que van desde el arquitecto y el plástico hasta el lúcido escritor.

Dos semanas después viajo a Bruselas, que preside el imponente Atonium. Entre las ochocientas personas estoy yo dentro del Poema Electrónico o Poema sin palabras. La música es de Edgar Varèse y de un nuevo método electroacústico, sale del suelo y rebota contra las paredes envolviendo el público fascinado.

A Le Corbusier, renovador del hábitat humano le debemos nuestra gratitud, y a todos sus colaboradores incardinados en la idea, su maravillosa cristalización.


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